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Prólogo a Futura ceniza 

 

 

El fuego ávido y sereno 

 

por Andrés Morales Milohnić

 

Calabrese, Daniel. Futura ceniza.

Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994

El destino nos conduce a la futura ceniza. Es el punto de llegada, pero, también el punto de partida.

La palabra, ceniza que guarda los secretos, las claves, la memoria, es siempre futura en la limpia trayectoria del poema.

El cerco del fuego, las piedras en círculo en torno a la pira, señalan el camino de regreso y de partida que se esconde en las llamas y luego en las cenizas.

El poema es ese fuego, ese fuego de esperanza que arde y arderá (futuro) en el canto, el sueño, en el silencio. 

El ojo es el otro gran círculo conjugándose (presente) con el círculo del fuego. La flama se proyecta, se enciende, crece; el poeta observa abrasado en esa llama su propia ceniza consumida (pasado) y el largo muro de cenizas que estrechan la historia y la imaginación.

La consumación es la poesía. La sombra del fuego, los mitos, el aire necesario para arder. Las cenizas –siempre futuras– el recuerdo del mañana quemando nuestro hoy, tan urgente a veces, tan precario.

Los poemas de este libro han de encender otro
fuego: el fuego del clásico que nunca ha muerto, el fuego de aquel ciego que aún mira la aurora griega entre las sombras, el fuego ávido y sereno del lector que ama la consumación, la pira del secreto, la palabra.

Daniel Calabrese no ha recogido cenizas, por el contrario, ha encendido ese fuego día a día, poema a poema, para que siga iluminándonos la purificación y la esperanza.

Diario Los Andes de Mendoza

 

 

El fuego antes de la ceniza 

 

por Fernando Toledo

 

Calabrese, Daniel. Futura ceniza.

Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994

 

Poeta que sólo mira lo que todos ven, Daniel Calabrese, argentino, aparece en esta edición de Cafè Central de Barcelona con la obra Futura ceniza, que se parece a uno de esos lentes fantásticos por los que uno mira el mundo que conoce y descubre realmente que no lo conoce del todo.

 

La mayoría de las críticas sobre esta colección de 33 poemas han concluido en destacar su relación con la poesía clásica, que habla de la vida, que vislumbra lo mejor, corrige cegueras y pule cristales. En convencer de que nada es lo que parece. En contar historias donde una gota de sangre, una partícula de aire en la mejilla de la protagonista, en donde una imagen fuerte, siempre parece un resumen de la vida o su filosofía.

 

La poesía de Daniel Calabrese (Dolores, Buenos Aires, 1962) sin ser grosera es fuerte, no es pretensiosa pero llega a todas partes, así como está en todos lados pero no es entrometida. Brilla, como dice el chileno Andrés Morales en el prólogo, como “el fuego ávido y sereno”. Y se preocupa, sobre todo por el conocimiento, como dice el poema que abre el libro: “palabra que se inicia barra en el débil orgullo de las sombras.//La sangre toma la forma de un río que habla/para huir del paraíso.//Ciego por el sordo dormido de las calles/y la Luna enjuta,/ ¿Que puede saber un nombre de agua/que se seca lentamente barra sobre un lecho de piedra?”.

Recorte de diario

Diario La Capital de Mar del Plata

 

 

Ser parte del fuego

 

por Teodosio Muñoz Molina

 

Calabrese, Daniel. Futura ceniza.

Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994

 

 

El feliz asombro que en 1989 produjo el poemario de Calabrese La faz errante, parecía presagiar que le sería dificil superarlo. 

 

Para desmentirlo, nos ha llegado de España este cometa poético que, partiendo desde lo más raigal del inconsciente, se incrusta en el misterio definitivo del hombre en el universo y deja una estela de imágenes tan audaces como deslumbrantes y enigmáticas.

 

Amante de los clásicos y de los mitos griegos con su intransferible capacidad de símbolo, Calabrese se nos presenta como un Prometeo moderno que roba el fuego sagrado de la palabra para luchar contra la fuerza arbitraria y omnipotente que rige el destino de los hombres.

 

Con la seguridad de quiensabe lo que hace, el poeta nos deslumbra con su pirotecnia metafórica donde las palabras se agrupar y dejan un reguero de sugerencias oniricas. 

 

Razón y delirio, emoción y reflexión filosófica; misterio y preguntas, exploración y choque contra los muros herméticos del destino de la humanidad, rebelión, estremecimientos eróticos, esperanza y frustración, se entrecruzan o se funden en temerarias simbiosis que, por suerte, no logran rasgar el velo de lo inefable, acaso para confirmar una vez más el aserto borgiano de que “cualquier explicación del misterio siempre será inferior al misterio”. 

 

El fuego de Hefesto que "baila con pasos de cangrejo", puede arrasar el templo de Artemisa en Efeso, puede destruir la Roma de Nerón, puede alucinar que se derrumban en Dresden bajo la risa inextinguible (ásbestos guéloos) de los poderes sobrenaturales mientras el hombre derrumbado por la desgracia “con su brazo roto empuña el horizonte/ que sostiene a lo lejos lo más amado/ y con el otro pierde el pan”.

 

Pero ese mismo fuego del poder divino ha sido injertado en el corazón del hombre, al fin y al cabo, una chispa del fuego primigenio, del cual procede y al cual retorna, para gusto de Heráclito, en un eterno devenir donde lo que hoy es mañana deja de ser, donde todo fluye y nada permanece, donde el oxímoron de la fusión de los contrarios hace que la guerra sea el padre de todas las cosas: “la guerra controla estas instancias (lo pensó Heráclito para fatiga de Ares)”. Consciente de ser parte de ese fuego universal, siempre cambiante y siempre idéntico a sí mismo, Daniel Calabrese (también con Heráclito) invoca al Verbo, al Logos, la imagen más acabada del fuego prístino, “en el camino de quienes se internaron/ en la summa de las palabras /buscando el origen y el fin, la causa y el objeto,/ y regresaron ciegos/ de manera que si hallaron la verdad/ sólo pudieron comunicar la duda”.

 

Sin embargo, la pirotecnia verbal de Calabrese no se complace en el artificio baladí, pues desemboca fatalmente en una seguidilla de preguntas interiores que hace temblar nuestra escala axiológica e invoca a la metafísica para que el Golem que recibió el fuego de Prometeo deje de sentir ese miedo que corre “entubado en las arterias”. 

 

Diario La Capital

Diario Los Andes de Mendoza

 

Madre Dialéctica

 

por José Luis Menéndez

 

Calabrese, Daniel. Futura ceniza.

Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994

Madre Dialéctica (sobre Futura ceniza)

 

Una vocación que sólo se concibe y justifica desde el placer.

 

Con ese ánimo he leído Futura Ceniza, gozándolo en todo lo que salta a un primer entendimiento, en especial, sus espolones cortos, esos breves hallazgos exquisitos que reinan en sus poemas, que por momentos parecen asumir un valor propio, algo que te dice ya está, esto es todo, porque... ¿qué más puede decirse de un pueblo donde la única piedra sea la luna o donde la belleza sea una fruta que se busca a tientas? ¿Quién no anda con un barco atado a la espalda, o quién no tiene un poco el brazo de ese niño que juega a nadar en la ceniza? ¿Para qué concluir, por ejemplo, “El cristal obligado”, luego de aceptar que las cosas fueron horneadas, empujadas hacia la maravilla, poseídas y rotas? 

 

Más tarde he ido pensando que ellos representan algo más que bellas criaturas autónomas. Constituyen, en rigor, un estilo, algo que no es fácil de hallar en la poesía nueva, con una expresión tan llena de sugerencias, con la seminalidad tan abarcadora, para servir, en definitiva, a la sustentación de un conjunto que sobrepasa los límites del entendimiento común y que se muestra, con su chisporroteo extraño y diferente, como abriendo la llama del misterio. Creo que esta poesía cumple por su profundidad y su naturaleza dialéctica, con una suerte de vocación oceánica. Y si por momentos uno se siente frente a ella como en el asta de un naufragio, siempre aparecen a tiempo los hallazgos exactos, las claves, las irrupciones de tierra firme que permiten atravesarla con definitivo placer. 

 

Por otra parte, no son malas ciertas obstrucciones o cierta oblicuidad en el decir de las cosas, sobre todo cuando no se lo rebusca sino que simplemente se da, como se aprecia en este libro. Ello permite diversas lecturas. Y, sobre todo, la lectura que se podrá hacer desde otro tiempo (como lo advierte el autor en “Requiem”). Es evidente, por lo demás, que la armonía y la tensión de cada poema, es obra de un esfuerzo consciente: sólo la razón crea esas “bisagras” verbales que con tanta numerosa y original eficacia producen el enlazamiento de las partes. 

 

Así aparecen, de pronto, lo que se oye (“Dice: puedo sal”) o el atajo sonoro (“Amo hacia ella”) o el objeto bajo un nuevo efecto (“Ella y un eclipse”). O bien, inesperadamente, la dulce laceración (“Se quitó la piel”) y enseguida su consecuencia luminosa (“Nos amamos en carne viva”). Comparto, por fin, lo conceptual. Dice: “Si puedo haré la historia del sol con una vela”. Yo suelo repetir algo que alguna vez leí: “La emoción del pescador no depende del tamaño del pez”, que es lo mismo. Sospecho, además, que aunque la pida el poeta no necesita explicación sobre la composición de la sangre. No ignora, con seguridad, qué hombres tienen la sangre de agua y qué hombres la tienen de fuego. Oh, madre dialéctica. 

 

Revista Chilena de Antropología

Facutad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile

 

Valores espirituales de la palabra escrita

 

por Santiago Vidal Muñoz

 

Calabrese, Daniel. Futura ceniza.

Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994

  

El libro de poemas del poeta argentino Daniel Calabrese, titulado Futura Ceniza, mueve a reflexionar sobre un tema de permanente vigencia: las relaciones entre poesía, filosofía y ciencia. No es el caso de incluirlo aquí en categorías lógicas, pues las profundas raíces de la poesía son irracionales y la lógica nada explica de las intuiciones, sentimientos profundos y valores. La poesía auténtica no es de tipo “cerebral”. 

 

El libro comentado está lleno de sugerencias en la ruta contemporánea de la literatura poética, con raíces en las letras clásicas, sobre todo griegas, y también de los siglos pasado y presente. Se trata de una grata modulación del pensamiento hispanoamericano. Tales afirmaciones acaso apunten a la historia del arte y hacia una teoría nueva para comprensión de la vida en la América hispanoparlante. Ontológicamente, la poesía pertenece a las esferas del ser valioso, absoluto, permanente. El poema, como objeto valioso, tal vez está siempre gravitando sobre los seres reales, aproximándose en forma verdaderamente mágica a los seres ideales e irreales. La poesía no es expresión absoluta del ser corporal y natural, el cual sustenta, sí, la posibilidad de la vida espiritual, personal y trascendente del “hombre entero”. Insistimos, no hay que conceptualizar racionalmente el poema, el cual, en el fondo, sugiere un amplio vuelo sin límites ni fronteras. Su campo, se ha dicho, es divino. 

 

La poesía emerge del hombre íntegro personal en la convivencia social, desde el substratum mismo del alma, transida de amor y sentimiento. El torrente de manifestaciones de la espiritualidad humana, se filtra misteriosamente, hasta ahora, en la conciencia psíquica y moral. El poema encarna así valores espirituales en la palabra escrita, hablada, o simplemente en las más íntimas significaciones como singular pensamiento. La poesía, se piensa, se conoce y reconoce, se valora en la existencia trascendente. 

 

Estos poemas de Daniel Calabrese tienen la virtud de comunicarse con las personas, de corazón a corazón. No tienen cabida en las clasificaciones de cosas y hechos dados, tradicionales y prejuiciosos. Por eso el hombre es creativo, es apto para expresar la libertad esencial a través del verso, con sus palabras, metáforas y relaciones significativas hermosas de los valores surgidos de la naturaleza y el espíritu. La poesía provoca en el lector una suerte de encantamiento, así como lo hace lo sublime de la música en sinfonías, conciertos, cánticos. La música y esos versos de superiores valores estéticos, señalan al espíritu humano por sobre el tiempo y el espacio. Es dimensión propia de la obra de arte. Los valores no se miden... Un ejemplo excelente para ilustrar los alcances de estas reflexiones, es la obra poética Futura Ceniza, de Daniel Calabrese. 

La poesía de Daniel Calabrese

Por Wellington Rojas Valdebenito 

Calabrese, Daniel. Futura ceniza.

Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994

 

La aparición de un nuevo libro de poesía no constituye novedad alguna, al menos en estos lares, donde desde hace décadas consagrados y anónimos rapsodas dan cuenta de su oficio creador, el cual, en variados casos ha colocado a la poesía chilena en un lugar destacado en la lírica continental. Lo que sí es una novedad es encontrarse con un poemario que a todas luces nos obliga a una lectura que, necesariamente, lleva a descubrir algo más que simples versos escritos a corre vuela. Todo lo contrario es lo que nos ocurrió al leer el libro de Daniel Calabrese Futura Ceniza (Ediciones Cafè Central, Barcelona, 1994). Su autor es un joven poeta argentino avecindado en Chile. En 1990 con su obra La Faz Errante obtuvo la Estatuilla Alfonsina Storni, otorgada en su país a la mejor obra literaria anual. 

 

Los poemas de estas páginas nos llevan a leer estrofas que, aunque escritas hoy, acusan una necesaria ligazón con versos escritos en otras culturas. También se advierte un nutrimiento del poeta con sus pares de otras épocas e idiomas, a lo que se agrega su conocimiento de los clásiscos, hecho que no abunda mucho en el panorama poético chilensis. Solo de este modo el autor es capaz de hacer versos como los que siguen: "El lado enemigo de los verbos,/ el calibre guerrero de las voces:/ de los versos el cáliz; donde tanto se bebe/ la luna disuelta en el agua estancada de las trincheras/ (como el río crudo que sabe a género viejo/ pero abriga la sed)/. El que tiene por oficio tejer la red/ que asila el caos y recoge penas/ siguió creando cuerpos;/ cuerpos que asumieron roles para dotar/ a sus hijos envejecidos y atados a un hilo./ El lápiz trazó un nuevo signo/ en los nudos muertos del papel./ Se bifurcó en la pendiente/ hasta la materia y la sombra. 

 

La fuerza de su verbo se une a la belleza de imágenes, unión que da como resuitado un poema como “Fervor”; “Volveremos a reunirnos en la piedra,/ en ese gesto gris, blanco, azul, nuclear (construiremos el amor sobre pilotes –me dijo–/ para no quemarnos con el aqua”. “La bebida era una lámpara cayendo por su cuerpo de bronce./ La luz atornillada en la roca./ Se quitó la piel y nos amamos en carne viva”. 

 

También el poeta se interroda sobre algo eterno: la Quimera, al respecto, escribe: “El oro? ¿La Sintaxis?:/ ¿El peso de los sueños. hundido?/; “La mano que golpea, por de trás en el espejo./ Aquel horrible gesto,/ la voz del tren cuando fuimos tan veloces”. “Cuatro bellezas los rumbos cardinales/ que seducen como el rayo/ en la negra canción de las tormentas”. “Está decidido: los muertos no buscan/ Así. como no cabe otro color en los arcos del cielo”. En otras estrofas nos sitúa en épocas ya idas y alude a personajes históricos: "Hefesto espera./ Creció en las grutas y aprendió la paciencia/ (pero lejos está de la belleza olímpica)”; “Su piel se abre como la faz de la llanura/ con el viejo olor del desierto,/ donde descansa el resto de los restos./ Se abre y recibe el templo de Artemisa en Efeso/ asolado por Eróstrato y el fuego,/ y los muros encarnados de la Roma,/ asolados por Nerón y por el fuego/ y la página angular de Aleiandría”. 

 

Daniel Calabrese en Futura Ceniza nos hace partícipes de un vuelo lírico que le es propio: el de un hacedor de versos que sabe escudriñar en el pasado a la vez que hacer florecer vocablos para ser leídos hoy y mañana.

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