Textos escogidos
Escritura en un Ladrillo
Peces del aire/ pura sed
Los caminos al desierto y los ríos al mar:
así vemos pasar la vida.
El resto es andar y no quedarse,
que el polvo puede ser el agua
y las estatuas se hunden.
Solíamos ir a la montaña a pescar
unas piedras grises, los peces
que daban su color al río y después
se morían bajo el peso tibio del aire.
En el país del aire
pasaba y pasaba el polvo.
Nadie decía nada.
El viento estuvo muchos años
secando nuestras bocas junto
a una fuente oxidada.
Solíamos traer esas piedras grises
pero nadie decía nada.
Sin agua en la boca, la lengua
se había muerto como un pez.
Se había muerto como un pez
la lengua, y daba luz.
Nocturno
Hija mía,
si estás atenta
podrás oír el paso
de la luna en las noches secas.
Un surco, el roce
de la escritura sobre este papel,
un crujir de maderas,
un oscuro mueble que apenas soporta
el peso de la luz.
(para Elisa)
Teatro Infantil
Un farol circular
y su cántaro de luz que cae al suelo.
Es de noche y los pájaros se han ido.
Todos creen que volverán.
Las hojas húmedas se amontonan calle abajo.
Si corriera un niño, ahora,
se notaría en las baldosas sueltas de la vereda.
Adentro, alguien está imitando el cielo:
ha cosido unas monedas de aluminio
sobre un modesto paño negro.
En la otra ventana, una luz espesa
va mezclando las sombras suavemente.
Y nadie sabe qué es lo que se ha ido
pero todos creen que volverá.
La detención
Si los amores amarran, amor,
me dejo llevar por tu largo peregrinar de río
aunque me hunda.
Todo empezó a ir más lento, mi caballo
tenía la cabeza larga y lloraba
espesamente como los potros de Aquiles.
Después se supo de un amor imperdonable,
de la áspera mujer que me amó
y me devolvió la risa
con sus caricias de fieltro.
Esta mañana,
frente a las ventanas del oeste
me hice objeto, abandoné
toda pulsión.
Eras un recuerdo, apenas,
una imagen
esperando la dirección de la luz.
Me detuve y tu mano,
la que atraviesa la noche,
está cayendo aún sobre mi cuerpo.
Hay un sol bajo este foco estéril
pero aquí no crece nada, ni la sombra.
Cuando es húmedo el viento, como el río,
tampoco nace el fuego ni aquella lógica materna
que dice que la sangre de la sangre
te ilumina las entrañas.
Me detuve y existo hoy
como existen los perros
que no pueden calcular su amor.
Como toda esa gente humilde y feliz,
con una pala en los ojos
y la mirada perdida,
enterrando a sus muertos en el cielo.
Pájaro Pequeño
La he visto llegar
desde el fondo de la luz
y mover cientos de veces los brazos
en un segundo.
Y así como cambia de color la lluvia
contra el sol
buscó mi sombra con su boca,
y aleteó más rápido
hasta desaparecer.
Yo no sé de néctares.
Yo no sé de la amargura.
El viaje
Aquella vieja tradición de ir al infierno
solo, amante de la farsa, abandonado.
Por escribir una miseria que perdura
y que no alcanza
porque no sirve para nada
un demonio tenuemente resurrecto.
Uno que escriba la palabra sangre
como una ofrenda al árbol del vino
y con eso pretenda iluminar
nuestras copas.
La luz más negra es la de la rosa.
En esta calle no cuentan
las cifras violentas de la belleza
ni aquella vieja tradición de ir al infierno.
El sueño de los muertos es demasiado real.
Escritura en un ladrillo
Es de día en un día cualquiera
y preguntamos:
¿qué hemos escrito que lo cambie todo?
La gente avanza por encima del invierno,
cruza un puente oxidado en la avenida.
Por debajo pasa un río de metales
grises, rojos, blancos.
Dice un grafiti:
«si no tuvieras miedo, ¿qué harías?».
Vivimos en una tarde azul.
Alguien se queda afuera, la humedad
de las baldosas le disuelve los pies
como a una escultura de arena.
Hay cuerpos apretados y gruesos
que forman un muro de espaldas, cerrado.
Cuerpos que no dejan salir
una gota de sombra.
Cuerpos que pelean y atesoran
la verdad, la maldición.
A mi hija le gustan los grafitis,
una vez rayó en la pared del colegio:
«más amor, por favor».
Otros hicieron lo mismo, después, en la calle
y en ese muro de espaldas cerradas.
Una frontera en ruinas, levantada
alrededor del tiempo.
Adentro quién sabe qué, sus caras de mármol,
un aire prisionero, los brazos reunidos
sobre el cuello del demonio.
Esas venas oscuras que tienen
cuando la carne es de piedra.
Las naves tiemblan sobre el horizonte
bajo el sol: aquella piedra de metal.
Apoyado contra el muro,
bebe ahora un capitán
la espuma silenciosa de las horas
y llega tarde al sueño cada noche.
La dársena escondía una sirena
entre los fierros carcomidos por la sal.
Pensamos en el frío,
en la luna desgarrada por las grúas,
soñamos con fantasmas de humedad en la pared.
Es cierto, el cielo ha sido bestial
este año con los ciegos y ambulantes,
pero ¿qué hemos escrito que lo cambie todo?
El sueño de los muertos es demasiado real.