Diario P Primera Línea - Cultura (mayo 2002) -
Oxidario se está haciendo la muerte
por Jordi Berenguer
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Calabrese, Daniel. Oxidario.
Premio del Fondo Nacional de las Artes 2001
Editorial Melusina, 2001, 153 p.
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“Ahora la belleza es de color ocre”, dice Daniel Calabrese, en uno de los primeros poemas de su libro Oxidario, Y ese color es el que te acompaña durante el resto del libro. Lo presentiste en la primera página, y ya en la décima es una verdad, una presencia interminable que se liga al imaginario cimentado en las visiones profundamente urbanas y contemporáneas que te entrega en cada frase.
Además, uno va descubriendo los intersticios que dejan las palabras de una ciudad esbozada, aludida como en un sueño; es imprecisa y vagamente Buenos Aires, que se destruye, se arma y completa en la totalidad de los poemas, ya que en cada uno de ellos están los pequeños o grandes retratos de la ciudad y sus habitantes.
Si uno pudiera hacer un paralelo con la imagen, tan diáfana en algunos poetas, aquí se nos presenta otra vertiente. Es como si las imágenes fueran miradas tras una ventana por la que corren gotas de agua. Son letras y palabras deformadas por la lluvia, por el óxido, por el tiempo, por los años, por la muerte, por la tristeza, por una melancolía que no es tal, ya que es una especie de nostalgia del futuro. Futuro que aún no –o nunca– llega.
Aunque los poemas de Oxidario son escritos en un presente presente, ofrecen la posibilidad de que varias generaciones de habitantes de esta ciudad oxidada recuerden sus propios exilios y Dolores: el barco bamboleante de los antepasados bajo un cielo con estrellas nuevas presagia el actual vuelo de un avión sobre las nubes. Hay guerras que pueden ser aquella contra los ingleses u otras que la historia aún le sigue deparando a los hijos de Buenos Aires.
Y como toda labor oxidativa sobre el metal, ésta se vuelve irreversible y en el libro, el autor, lo evidencia al decir que: “No hay ninguna Tebas que salvar,/ no hay en esta tierra una sola/ muralla digna para dar la vida”. Pero este óxido no afecta a las palabras ni a las ideas ya que Calabrese las va entregando de a gotas, por datos mínimos que son luces de un panorama que podría ser desolación pero que uno presente lleno de vida.
Uno también evidencia vidas humanas, máquinas –en algunos casos– o mujeres que solamente son una presencia breve (“La veo llegar con el mismo abrigo,/ me pregunto si traerá debajo/ el corazón que la hizo así”), o desaparecidos que pueden ser de distintos tiempos: ya sea en una isla del sur o de esos que por el paso de los siglos ya no habitan el puerto, los barcos, los trenes, las calles, y que se oxidan allá abajo, donde están los muertos, esos que aparecen en el libro y que aún pueden estar vivos.
Daniel Calabrese nació en Dolores (Buenos Aires), Argentina. Ha publicado los siguientes libros de poesía: La faz errante (Ed. RHE, Buenos Aires, 1989), Futura ceniza (Ed. Cafè Central, Barcelona, 1994), Escritura en un ladrillo (español-japonés, Ed. Mito-Sha, Kyoto, 1996), Singladuras (bilingüe español-inglés, Fairfield, 1997), entre otros. En 1990 obtuvo la estatuilla Alfonsina Storni por su obra poética. Ha participado con su poesía en encuentros, antologías, seminarios, suplementos literarios y revistas. Es fundador y director de Ærea, Revista Hispanoamericana de Poesía.
