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Revista  La Guacha N° 16 (Año V, Agosto de 2002) - 

 

 

Oxidario: un mundo de chatarra

 

por Jorge Boccanera

 

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Calabrese, Daniel. Oxidario.

Fondo Nacional de las Artes 2001

Editorial Melusina, 2001, 153 p.

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El hombre traga y a la vez es tragado, muerde y a la vez es roído. El chirriar de ese derrumbe diario tiene su crónica en Oxidario, el último libro del poeta argentino Daniel Calabrese, residente desde hace años en Santiago de Chile.

 

            Metáfora de la coyuntura (un presente carcomido) y a la vez atemporal, en la simbología que articula la herrumbre con el tiempo, cada palabra de este libro es un goteo constante sobre la superficie de la realidad, pero también de los sentimientos. Un mundo hundido, cubierto por el moho. De nuevo, paralelismo con un espacio donde la dinámica de lo vital se obstaculiza a sí misma a cada paso. 

 

¿Argentina? Quién sabe. Aquí, pasado, presente y futuro están al desnudo, fuera del marco de las apariencias y el maquillaje de historias oficiales, con muchos de sus cuerpos enterrados bajo las aguas, podrido, y más aún, muerto y después de muerto, oxidado. Sin esfuerzo, Oxidario habla de una relidad cercana en el tiempo: desaparecidos, tumbas, desmemoria. Pero es esa una de las tantas lecturas posibles.

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Calabrese lleva publicados La faz errante (1989), Futura ceniza (1994) y Escritura en un ladrillo (1996), este último bilingüe español-japonés. Actualmente dirige en Chile la revista Ærea, Revista Hispanoamericano de Poesía

 

El óxido, en su viaje por todas las cosas, y el agua, con la furia del diluvio o la timidez de la humedad, son los personajes de esta historia. No un agua cantarina, sino un fluido ácido que disuelve aquello que toca. Una textura rugosa, áspera, escabrosa, y un sonido: la lluvia, el oleaje, el agua tartamudeando en cañerías. Un mundo que hace agua, y el líquido invadiendo los sueños, la mirada.

 

En Oxidario una imagen se prolonga en direcciones opuestas: por un lado un futuro de chatarra, esa vertiginosa modernidad que tiene incorporado el virus de la ruina; por el otro, un pasado de textura portuaria con los colores de Quinquela Martín y las palabras de Raúl González Tuñón. De una parte, el caos urbano atornillado  a un presente de latón; en la otra orilla, una escenografía de puerto, un atlas de añoranzas. Es imposible no nombrár, en ese telón de fondo marino, a Blomberg. O mejor: si la poesía está hecha de capas superpuestas, de lenguajes superpuestos (aunque finalmente, a la vista, quedará una imagen, la del autor), en algún sótano de Oxidario está tomando una ginebra Héctor Pedro Blomberg, el constructor de una Babel flotante, con sus muelles y sus personajes con sangre de nómada, “el alma en viaje”. Sobre el mismo mar de Calabrese, aparece una flota de navíos fatigados, demasiado humanos: “La barca costera”, “El barco asesino”, “El blues del barco abandonado”, de Tuñón, y buques fantasmas como los “Grandes veleros de los siete mares”.

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Oxidario habla con una lengua salpimentada con una oralidad que va de la poesía norteamericana al tango; los gestos conversacionales conviven con imágenes contundentes: “La noche entera se rebasa en su margen”, “el hombre sale a trabajar todos los días/ como el sol para la peste”, “murió de un incendio a los ojos”, etc.

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La estructura del poema se apoya a ratos en la descripción y en la enumeración caótica de los elementos ganados por el óxido: la belleza, el horizonte, los trenes, los cines, los insectos, el amor. Espacio y tiempo se hacen uno: el oleaje (“un reloj de aferra,/ te oxida la muñeca”). El recurso de a enumeración, utilizado desde La Biblia hasta los místicos españoles, llegando como “estilo bazar” a Neruda y a Whitman, confecciona un amplio catálogo de lo diverso.

 

El principio y el final son las puntas del pañuelo que Oxidario reúne en el inicio de la vida, el agua , y en un apocalíptico hundimiento. El amor, el desamparo, la historia, la infancia, el viaje, la nostalgia, la angustia encerrada en el puño del tiempo, son algunos temas de un libro que habla desde una época de desencanto. 

 

Oxidario es, entonces, un llamado de atención allí donde el óxido y la sangre pretenden reunirse en un punto muerto.

 

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