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Revista PROA de Buenos Aires

Septiembre-Octubre de 1990)

 

 

El poeta en la exaltación de su índole

 

por Carolina de Grimbaum

 

La Faz errante

Ed. RHE, 132 páginas.

Desde el prólogo de esta obra, Juan Jacobo Bajarlía nos dice: “se mete en la condición humana, en esa enigmática ecuación que siempre nos atrajo a los poetas y que no viene solamente de T. S. Eliot, sino que ya estaba en Homero y en Arquíloco”. Y así es, Daniel Calabrese, como el poeta en la exaltación de su índole, encarnadura de mundos y sostén de utopías desaparecidas, frecuenta palabras que serían con fuego las situaciones de la vida; las de ahora, las de antes, tal vez la que vendrá, verbigracia: “hoguera”, “holocausto”, “suerte”, “luna”, “gemidos” y muchas otras desparramadas sobre el lienzo de su voz.

 

Agonista, espectador, intuitivo, ignoro su participación vital –activa o no–, en el juego de ruleta rusa de la existencia, pero de entre su poesía rescato una gloriosa maravilla, la palabra madre “poeta”, en espiralado ascenso de búsqueda y descubrimiento (aunque ese descubrimiento le revele la verdad embozada o la ambigüedad de la libertad).

 

Todos los versos juntos, amalgamados, truenan en un solo canto, el sentido magno de la escritura poética y su definición –en una cercanía felizmente lograda–, como una gran metáfora. La faz errante nos la entrega a través del ritmo de sus versos pausados en “Fuego”: “El poeta revisa detrás de los bancos/  levanta los besos caídos y los guarda en el sombrero/ porque le sirven de música mientras su cuerpo se enrula/ en el pasto”. Las pausas interiores que le imprime continúan en “Amarillecer”: “para que enloquezca una fusa en el acorde bermellón de sus labios/ Poeta crea la música/ la pintura cada vez/ por eso empiezan los otoños”. En “Meta”: “Poeta piensa: no me ha elegido la gloria/ igual que a un dulce para devorarme/ pero al alzar la vista al sol/ ve un ave planear como la señal de la victoria”.

 

Con la piel abierta a la intemperie de la sociedad y los ojos cerrados para fundar en su interior, conjugar mente, espíritu y fuerza enardecida de juventud, imagino a Daniel Calabrese soplando la fragua de la creación –como Apolo luego de visitar a Vulcano–, aunque desde otras profundidades emerja u otros ideales lo iluminen.

 

No nos entrega solamente poesía, es la encarnadura de la poesía en su itinerante universo, desde los submundos hasta los rascacielos siderales. Casi nada le es ajeno, nada deja de conmoverlo, transportarlo, con tal vigor que nosotros, lectores avisados o no, poetas o no, somos arrastrados por el influjo de su órbita lírica.

 

Incluye el autor “La balsa de la Medusa”, un conjunto de poemas alimentado con imágenes generadas de la lectura de The Waste Land, de T.S. Eliot y Nuevos límites del infierno, de Juan-Jacobo Bajarlía (“Por aquí pasaron”), a quienes se refiere especialmente en las notas aclaratorias, y con cuyas reconocidas voces ilustra y antecede ese texto. Versifica Calabrese en “La balsa de la Medusa”, Parte I: “en este desierto la vida es un ecuador/ que sangra durante la fricción/ los carteles brotan como tallos/ y en ellos se puede leer: por aquí pasaron”; y compone en sus versos: “XIX// abrir los ojos en un cielo de agua/ abrir y ver y atardecerme/ con el líquido en las sienes/ disolver la voz en una sola imagen: /el hervor”.

 

Nos hallamos ante auténtica poesía, de la que la presencia en las páginas preliminares de Juan-Jacobo Bajarlía ya avala su calidad, y agrego a manera de síntesis: en Daniel Calabrese el poeta es; con La faz errante, su obra, el poeta está.

Tapa revista PROA
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