La poesía como algoritmo cualitativo de lenguaje "natural"
- Daniel Calabrese
- 16 jun 2023
- 7 Min. de lectura
>>>Daniel Calabrese*
Hace algunos años, abordamos en otro editorial de Ærea el tema de la inteligencia artificial (AI) aplicada a la generación de poemas –llamémosle, por el momento, generación en vez de creación– en un contexto de cierta euforia y en los límites del transhumanismo, que denominamos «tecnolatría». Pero aún no estaban masificadas estas herramientas de acceso gratuito, como ahora que ya se están incorporando de base a los programas más usados en los ordenadores personales. Y referíamos como un hito la derrota que le propinó la IBM Deep Blue al campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov, hace ya más de 25 años.
Nos ha tocado existir como revista con un pie en cada milenio. Las medidas del tiempo se vuelven arbitrarias cuando tratamos de hacer calzar los hechos históricos con los números redondos porque normalmente era al revés, la relevancia de un suceso permitía memorizar el año y hasta modificar los calendarios. Los griegos se guiaban por las olimpíadas, así Pericles llegó al poder en la Olimpíada 77 y Demóstenes nació durante la Olimpíada 98, coincidente con el año 384 a.C. según el método de conteo actual. Los romanos reiniciaron el sistema de fechas cuando impusieron el Anno Urbis Conditae (AUC), pues consideraban que el evento de la fundación de Roma por Rómulo debía ser el gran punto de partida. Más adelante, Dionisio el Exiguo, por encargo del papa Juan I, hizo un nuevo reset y estableció que el nacimiento de Cristo, en el año 753 AUC, pasaría a ser el nuevo año 1 de la era. Ahora todo parece indicar que el año 2000 d.C., número redondo fetiche de la ciencia ficción, de la literatura fantástica y del futurismo, finalmente nos trajo la anunciada profecía de otro gran cambio histórico. La humanidad está dejando de ser la misma. Hay quienes afirman que esta era se dividirá en dos grandes épocas: antes y después de Internet; y otros, que será antes y después de la inteligencia artificial (AI) con sus algoritmos.
Se entiende por algoritmo una secuencia de procesos, programados de manera lógica, que llevan a un resultado esperado o que nos resolverán algún problema. De los diferentes tipos que existen, nos detendremos en los cualitativos de lenguaje natural, ya que los de lenguaje programado siguen un conjunto de pautas codificadas y, si bien logran ejecutar una serie de tareas, requieren instrucciones precisas de sus programadores. En cambio, un algoritmo cualitativo que utiliza las técnicas de procesamiento de lenguaje natural (PLN) consigue analizar y comprender el significado de los textos del lenguaje humano. Estos pueden interpretar el sentido, identificar patrones lingüísticos, estructuras gramaticales y resumir la información útil de los textos. De acuerdo con esto último, si la IA pretende generar textos poéticos, además de lo anterior, deberá utilizar métodos de aprendizaje automático y acumulativo. En resumen, para escribir poemas, la IA primero necesita aprender a reconocer y entender el lenguaje poético, y la forma de conseguir esto sería entrenarla con toda la poesía escrita de la que se tenga registro e incorporarle además todos los talleres y cursos habidos y por haber. Esa información, contra la que no podrá competir ningún cerebro humano, se utilizará para crear modelos automáticos de comprensión lectora y de expresión escrita cada vez más avanzados que permitirían a la IA manejar no solamentre las estructuras y ritmos del poema sino también aplicar criterios y recursos de estilo. Y una vez que haya aprendido estas habilidades, casi no hay dudas de que podrá componer nuevos poemas utilizando ciertos programas de generación de texto que imiten las convenciones poéticas establecidas y sus infinitas variables. Al imaginar su desarrollo, da escalofríos pensar que hasta podría componer esos poemas en todos los idiomas simultáneamente y en escasos segundos, ya no mediante traducciones automáticas sino como un hablante nativo de todas las lenguas.
Si ahora mismo le preguntamos a la IA existente –ese instrumento que está ahora al alcance de cualquiera, sin considerar que si nos han liberado semejante herramienta apenas alcanzamos a vislumbrar lo que podrían hacer aquellas que están reservadas al poder– si acaso puede crear un poema, responderá que, aunque puede hacerlo, dichos poemas no lograrán necesariamente el mismo nivel de creatividad o de emoción que los poemas escritos por seres humanos. Según ella misma, le está dado seguir patrones y estructuras poéticas pero aún no ha desarrollado la capacidad de crear la complejidad estética y emocional que los humanos asociamos con la poesía. Es interesante reparar aquí en esa «conciencia» de la IA, que todavía se autopercibe como limitada frente a los poetas de carne y hueso.
Llegado este punto, tratamos de imaginar un tiempo de transición en que la poesía más valorada será aquella que aún no pueda ser escrita por una inteligencia artificial. Una que no sea previsible, que no surja de la simple acumulación de datos y hasta quizás tenga la capacidad de sorprender al mismo robot con giros imposibles de crear por un ente artificial, carente de emociones. Aunque la IA acceda a millones de datos acerca de sensaciones propias de los seres vivos, estas serán siempre ajenas para un aparato inerte y es posible que no logre expresarse bien en el campo de las letras. Veamos si es la literatura predecible la que cede y la imaginativa la que sobrevive. Un asunto de otra índole es si llegaremos a considerar subjetiva a una matrix cargada de experiencias simuladas en su interior.
Pero ¿cuánto tiempo más pasará para que la IA aprenda a conectar ideas literarias con formas nuevas e inesperadas? ¿Llegará a transmitir las emociones más oscuras y sutiles, impregnándose de la perspectiva y subjetividad de los poetas? Casi no hay dudas de esto. Si ya se está aplicando la generación automática de textos en el ámbito de la publicidad digital, no será un obstáculo con el tiempo estimular emociones más sofisticadas. Entonces, no es descabellado pensar que la IA llegue a alcanzar un nivel de creación poética que sea indistinguible de la escrita por los humanos en un futuro. Aunque sí es difícil predecir cuánto tiempo le tomará.
La reacción en el mundo de la poesía ha sido de estupor, debido a que tal vez se esperaba que la IA fuese un poco más tonta. Algunos dicen que juegan y hasta se sirven de ella, y que generan formas simples de poemas para luego descartarlos o modificarlos si les parece que vale la pena; pero, en general, los creadores manifiestan alarma, inquietud, decepción y no hacen más que expresar aquello que preocupaba a tanto a Heidegger: que alguna vez la tecnología llegue a alienar al ser humano de su verdadera esencia. A nadie ya se le ocurre enfrentar a un robot en una partida de ajedrez ni en un campo de golf. Hasta es posible aventurar que la IA será más imparcial y eficiente que un grupo humano como jurado de un premio de poesía; seguramente no se le pasará un plagio, no se inmutará ante presiones externas, no necesitará discutirlo porque será en sí misma la conciencia más plural y equilibrada. ¿Competirán humanos y robots? ¿Obtendrá alguna vez un robot un premio? Surgen muchas interrogantes de pronto desenlace.
Místicos como George Gurdieff, filósofos y científicos en la línea de Kant, se quejaban del precario instrumental que conforman los cinco sentidos que tenemos los seres humanos para captar e interpretar la realidad. El camino de superación espiritual fue alcanzar estados amplificados de consciencia para ver y entender qué hay más allá de las limitantes físicas. Por otro lado, hemos sostenido como civilización el progreso tecnológico que nos permitió aventajar a aquellos animales que ven mejor, oyen mejor, que son más rápidos y fuertes en asuntos de supervivencia. Por eso a Sloterdijk, que está interesado en la tecnología como una herramienta para mejorar la condición humana, no le preocupa tanto el peligro de alienación. Aun así, el Transhumanismo no solo implica fusionarse con la inteligencia artificial, y aunque tiene como norte el desarrollo de las capacidades físicas, intelectuales y psíquicas del ser humano mediante el empleo de métodos científicos, donde también impactan el uso de la manipulación genética y la nanotecnología, preguntémonos qué pasa con la ética en esta cultura global, verdaderamente global (atravesada con millones de datos por segundo). That is the battle. Pero además de ética, la batalla es espiritual, ese campo donde los poderes económicos y de coerción no le dan superioridad a nadie.
Aún así, una destilación del caos y de la summa del conocimiento acumulado por la civilización a través de los siglos puede ser inmanejable –no en calidad sino en cantidad– para las capacidades que nuestro cerebro consciente puede administrar. Otra pregunta, entonces: ¿si hubiésemos alcanzado la posibilidad de crear poesía –tal vez la manifestación más compleja de subjetividad que existe– mediante algoritmos de inteligencia artificial, ¿acaso no sería lícito? No parece haber problemas, obviamente, cuando la poesía resultante es de mala calidad; pero si fuera magnífica, ¿cuál es el conflicto? ¿Que no tiene un autor? ¿Que se trata de una creación anónima o colectiva, como los Cantares del rey Salomón? Los idiomas son un ejemplo de creación humana que no tiene derechos de autor. ¿Esto desmerece la asombrosa arquitectura lingüística, por ejemplo, de las lenguas romances? La resistencia en el mundo de la poesía, dicho esto, ¿podría tratarse de un asunto de egos personales y de estructuras añejas que se niegan a perder sus privilegios?
Tal vez sea un error pensar que la mentada inteligencia artificial sea tan artificial. Al fin y al cabo, la creamos nosotros, igual que a esos códigos de sabiduría que llamamos palabras.
En tanto, la poesía: ¿será en el futuro un algoritmo cualitativo de lenguaje natural? ¿Estamos –ahora sí–, ante la muerte del autor? Barthes, Foucault, Derrida, ustedes sabían muy bien que Mallarmé pensaba que el que habla es el lenguaje y no el autor.
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Daniel Calabrese es un poeta argentino nacido en Dolores, provincia de Buenos Aires que reside en Santiago de Chile desde 1991. Su primer libro, La faz errante, obtuvo el Premio Alfonsina Storni en Argentina. Con Oxidario (2001) recibió uno de los premios del Fondo Nacional de las Artes en Buenos Aires. Su libro Ruta Dos, de amplia repercusión crítica, obtuvo el Premio Revista de Libros en Chile y se publicó en Visor de Madrid con prólogo de Raúl Zurita. La versión italiana fue nominada al Premio Camaiore Internazionale entre las cinco mejores obras extranjeras. Sus libros de poesía se han publicado en más de diez países y parte de su obra está traducida al italiano, inglés, francés, portugués, búlgaro, chino y japonés. Es fundador y director de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía. Es Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Vicente Huidobro.